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El concepto de la neurodivergencia

Abr 3, 2023

En los últimos años nos encontramos cada vez más con palabras como “neurodiversidad”, “neurodivergente” o incluso “neurotípico”. Generalmente los asociamos con el autismo y otras condiciones del neurodesarrollo, y asumimos que son categorías diagnósticas pero no es así. Para comprender mejor el significado de estos términos y su valor, tal vez sea útil repasar rápidamente su historia.

 

El concepto de neurodiversidad nació exactamente en 1998, cuando la socióloga y activista australiana Judy Singer lo creó y lo introdujo en su tesis de grado, y desde entonces la difusión de esta palabra parece ser imparable. Citando a la propia Singer, la idea de neurodiversidad nació para “equilibrar el Modelo Médico con un Modelo Social que enmarca la Discapacidad en el contexto de las intersecciones de clase, género, estatus socioeconómico, discapacidad, edad, etc.”[1 ]

 

¿Qué son estos dos modelos? Son dos de las herramientas más populares utilizadas para representar la discapacidad. El modelo médico se centra en el individuo y en el aspecto rehabilitador, por lo que considera la discapacidad como un atributo de la persona, algo que hay que tratar, un defecto que hay que devolver a la «normalidad» siempre que sea posible. El modelo social, nacido alrededor de los años 70 del siglo pasado por activistas por los derechos de las personas con discapacidad, enmarca la discapacidad como una interacción entre una persona con determinadas características y la sociedad, el entorno, que se estructuran por y para personas que tienen otras características. En pocas palabras, el modelo social nos dice que es la sociedad normocéntrica la que “inhabilita” al individuo con barreras de todo tipo, desde arquitectónicas hasta cognitivas, sociales, sensoriales, y esto sin importar cuán problemáticas puedan ser ciertas características de la persona.

 

La idea de Judy Singer fue precisamente crear un concepto, el de neurodiversidad, que pudiera incluir la variabilidad en el desarrollo neurológico de todo ser humano; una especie de subcategoría de la biodiversidad a la que todas y todos pertenecemos.

 

Todo esto precisamente con la intención de sacar la discusión de condiciones como el autismo de lo que siempre ha sido una mirada exclusivamente médica, y empezar a ver las cosas también desde un punto de vista social. De hecho, nunca debemos olvidar que todo ser humano forma parte de un tejido social, desde la familia a las instituciones, a la escuela y a los grupos de amigos y conocidos, y reducir la cuestión exclusivamente a lo que en el campo médico se define como un déficit de la persona, en realidad nos hace perder una parte de la realidad. Hay que entender la neurodiversidad por tanto como concepto reivindicativo, político y no como categoría clínica, porque de lo contrario perdería su sentido, no tendría poder emancipador.

 

Este discurso es de gran utilidad no porque niegue el importante papel de los especialistas, el apoyo personal y la investigación científica, sino porque además del aspecto clínico nos empuja a preguntarnos qué responsabilidad tenemos como sociedad en la exclusión de personas que consideramos diferentes, incluso de desde un punto de vista neurológico, ¿cuán responsables somos de los obstáculos que muchos de ellos encuentran, cómo podemos comprometernos a garantizar a cada persona, incluso a las personas neurodivergentes, igualdad de oportunidades, asistencia, posibilidades?

 

Según esta perspectiva que busca equilibrar el discurso devolviendo ciertos aspectos a la esfera social, los individuos neurodivergentes son aquellos cuyo desarrollo neurológico difiere de lo que típicamente se considera promedio, de las personas definidas como «neurotípicas». Al no ser un término clínico sino una definición social, no se define sin ambigüedad qué condiciones caen bajo el término general de «neurodivergencias». En la mayoría de los casos, nos referimos a condiciones como autismo, TDAH, dislexia y otras condiciones de aprendizaje, síndrome de Tourette, dispraxia, pero algunas también incluyen síndrome de Down, trastornos de ansiedad, trastorno bipolar y otras condiciones[2]. Y de hecho la cuestión es precisamente esta, al no ser una categoría clínica, la definición de neurodivergencia sirve para promover una visión no patológica de las organizaciones del sistema nervioso diferente a la media.

 

De hecho, todas estas condiciones tienen algo en común: en la narración más común se caracterizan por la idea de “dificultad”, de déficit. Y es aquí donde cobra valor la definición de neurodivergencia, en la posibilidad de eliminar el estigma social que acompaña a las diferencias, aquellas características que desde el punto de vista del desarrollo neurológico “divergen” de la media. No es lo mismo ser vistos por la sociedad como personas defectuosas o simplemente como diferentes, divergentes. Puede parecer una sutileza lingüística, pero para quienes están acostumbrados a ser definidos en base a lo que no pueden hacer, en base a supuestos déficits o trastornos, este cambio semántico parece tener un impacto positivo en la percepción que tienen las personas neurodivergentes de ellas mismas[3]. Cuando somos descritos y retratados esencialmente en términos negativos y deficientes, como sucede con demasiada frecuencia con el autismo y las otras neurodivergencias, interiorizamos la habilidad de una narrativa colectiva que los describe como insuficientes, como personas que siempre carecen de algo.

 

La idea de neurodivergencia también puede ayudarnos a identificar áreas donde la persona puede tener mayor soltura. Por ejemplo, un pensamiento creativo altamente desarrollado y buenas habilidades visoespaciales suelen estar presentes en el TDAH. Y es que, aunque parezca una paradoja porque siempre pensamos en las personas con TDAH como personas que no han desarrollado habilidades de concentración, en realidad cuando están inmersos en tareas e intereses que les apasionan, pueden alcanzar un nivel de concentración superior a la media.

 

Algunos estudios también han demostrado que un alto nivel de creatividad y razonamiento visual y, lo que es más interesante, una capacidad narrativa y mayores habilidades lingüísticas que las personas neurotípicas, y esto también puede parecer una paradoja si pensamos que normalmente la dislexia se describe exclusivamente en base a una serie de dificultades. El síndrome de Tourette parece estar asociado con habilidades de observación y control cognitivo particularmente desarrollado. O pensemos en el hecho de que cierto número de personas autistas tienen una memoria particularmente desarrollada o, en algunos casos (recordemos que estas son generalizaciones), capacidad para detectar patrones y pautas.

 

Hablar de neurodivergencia no es un intento de ocultar las dificultades, sino que es una manera de cambiar la sociedad, de responsabilizarla, de hacerle entender que las diferencias en sí mismas no son ni negativas ni positivas, independientemente de las dificultades que puedan implicar, y que cada uno y cada uno de nosotros tiene el deber de crear un mundo en el que estas diferencias puedan coexistir en el respeto mutuo.

 

Bibliografia

[1] Judy Singer. Reflections on Neurodiversity: https://neurodiversity2.blogspot.com/

[2] https://my.clevelandclinic.org/health/symptoms/23154-neurodivergent[3] Kapp SK, Gillespie-Lynch K, Sherman LE, Hutman T. Deficit, difference, or both? Autism and neurodiversity. Dev Psychol. 2013 Jan;49(1):59-71. doi: 10.1037/a0028353. Epub 2012 Apr 30. PMID: 22545843.