SPECIALISTERNE EN EL MUNDO

Red internacional de oficinas

Specialisterne Foundation

La Specialisterne Foundation es una fundación sin ánimo de lucro que tiene como objetivo crear empleo para un millón de personas con autismo/neurodivergentes a través del emprendimiento social, de la implicación del mundo empresarial y de un cambio global de mentalidad.

SPECIALISTERNE FOUNDATION

 
l
l
Home |

¿Los autistas son poco sociables o es solo un mito?

por | Sep 9, 2022

Para responder satisfactoriamente a esta pregunta, primero hay que comprender que el autismo es un espectro; no hay dos personas autistas iguales, de la misma manera que no encontraremos a dos personas neurotípicas con las mismas características. Hay autistas extremadamente caóticos y desordenados (a pesar del estereotipo generalizado del autista perfeccionista y con mucha atención a los detalles), y hay otros autistas que prefieren tenerlo todo perfectamente organizado para poder estar más tranquilos en su día a día.

Y esto funciona así en muchos otros ámbitos o facetas de la vida: en la necesidad de anticipación, en la rigidez cognitiva, en la regulación emocional, en la resolución de conflictos… y, por supuesto, también en las habilidades sociales y en la necesidad de socializar con otros individuos. Sí que es cierto que todos los autistas, en mayor o menor medida, divergemos de la norma, pero todos lo hacemos de maneras muy distintas; algunos tienen serios problemas para mantener una conversación en grupo, y otros quizá hablan “demasiado”, si atendemos a lo que nos dictan las normas capacitistas de esta sociedad (autistas demasiado directos, o que hablan durante mucho rato de un tema de interés concreto). ¿Por qué, entonces, se suele pensar que los autistas son muy retraídos y que prefieren la soledad a la compañía? ¿Es simplemente un mito o hay alguna explicación real tras esta afirmación?

Habilidades sociales y problemas de comunicación

El problema de la socialización para la comunidad autista se remonta a la infancia. No conozco a ningún autista que, de hecho, afirme haberse sentido cómodo, escuchado e integrado cuando era pequeño (y especialmente en la adolescencia, cuando la necesidad de tener un grupo unido y cohesionado es más importante). ¿Por qué ocurre esto, si ya hemos afirmado que existen autistas muy sociables y con muchas ganas de tener un grupo de amigos? La respuesta tiene que ver con una forma diferente de procesar la información (los estímulos externos, los gestos de los demás, el ruido de fondo, las conversaciones en grupo), y, en consecuencia, en una forma también diferente de comunicarnos y establecer vínculos con los otros.

Es muy común encontrar autistas que, ya desde la infancia, se sienten incomprendidos, “fuera de lugar”. Y es muy fácil entender por qué, si atendemos a nuestra hipersensibilidad (o a veces hiposensibilidad) a los estímulos externos. El contacto visual suele abrumarnos (es probable que nos fijemos en una gota de sudor de la frente, o que intentemos descifrar expresiones faciales, y que perdamos el hilo de la conversación), la improvisación nos cuesta mucho (¿cuándo es mi turno para hablar? ¿qué debería decir en esta situación?), las conversaciones banales nos aburren y nos parecen tremendamente incómodas (¿por qué la gente habla constantemente sobre el tiempo, o sobre cosas que no les interesan de forma genuina?), y las charlas simultáneas nos suponen un conflicto a la hora de discriminar a quién tenemos que escuchar, cuál es la información relevante o cómo atender a dos o tres personas a la vez. Obviamente todos estos ejemplos son generalizaciones (ya hemos dicho que no hay dos autistas iguales), pero sí que todos tenemos retos en el ámbito de la comunicación, y esto es algo que percibimos ya desde muy pequeños.

En la infancia no somos muy conscientes de estas diferencias, pero, de forma inconsciente, empezamos a imitar a los demás, a copiar gestos y actitudes que vemos premiadas (por profesores, por ejemplo), a salir al patio aunque no nos apetezca porque lo hacen todos y, en definitiva, a adaptarnos a un entorno que nos parece hostil, aunque no sepamos por qué. En este proceso (denominado masking o camuflaje) se difumina nuestra identidad en detrimento del comportamiento dominante, que es el del resto del grupo. Y esto también ocurre en autistas sociables que, por una forma diferente de entender el mundo y de comunicarse, no acaban de encontrar una respuesta positiva de su entorno.

Al final muchos de nosotros entramos en la adolescencia con la autoestima dañada, con un rastro de bullying a nuestras espaldas (a veces sutil, a veces mucho más explícito), odiando nuestra sensibilidad o nuestro hiperfoco o nuestras estereotipias (porque nos alejan de ser uno más dentro del grupo, que es aquello que, en muchas ocasiones, anhelamos con todas nuestras fuerzas), y sin saber quiénes somos o si es legítimo y válido conservar nuestras particularidades en un mundo que no las comprende ni las acepta como es debido.

Diagnóstico y/o autoconocimiento

Si el diagnóstico llega en la infancia, es mucho más fácil que los pequeños autistas cuenten con el apoyo y las adaptaciones adecuadas para manejarse mejor en sociedad aunque, a pesar de esto, seguirán encontrando retos y dificultades en la comunicación con los demás. Es probable que, debido a este diagnóstico precoz, puedan detectarse antes posibles casos de abusos por parte de otros, y que el niño o la niña reciba un acompañamiento óptimo en su proceso de entender a los demás sin olvidarse, y esto es muy importante, de sus propias particularidades, de sus talentos y de las características que lo hacen único y especial.

En cambio, si los autistas no recibimos este cariño y estos cuidados desde la infancia (es decir, si nadie nos recuerda que ser autistas está bien, que no hay nada de malo en ello), es mucho más probable que, en lugar de valorar nuestras características propias como algo positivo, intentemos reprimirlas, negarlas, o incluso destruirlas, y todo ello con el único propósito de encajar en un grupo y de parecer lo más neurotípicos posibles. Aquí es cuando aparecen, en muchos casos, las condiciones concurrentes en el autismo: ansiedad, depresión, trastorno por estrés postraumático, etc. Hay que comprender que muchos de estos problemas no son inherentes al autismo, sino que vienen dados por una sociedad capacitista que no acepta la diferencia y que nos condena al ostracismo mucho más de lo que nosotros querríamos.

Con el diagnóstico y/o el autoconocimiento de nosotros mismos, podemos empezar a exigir cambios. Ya no somos nosotros los que estamos rotos o defectuosos, sino que, simplemente, tenemos una forma diferente de codificar los estímulos externos y, por lo tanto, de reaccionar a ellos. Pero tenemos el mismo derecho a habitar el mundo que los neurotípicos. Es en este punto cuando empezamos a sentirnos fuertes para poner límites, pedir adaptaciones (en, por ejemplo, nuestro lugar de trabajo) y explicar a los demás cómo nos sentimos o por qué reaccionamos de determinadas maneras. Aprender a querernos de nuevo es un proceso, en ocasiones, muy difícil, pero todos nos merecemos sentir esa paz mental en nuestro día a día.

¿Existen autistas sociables? Sí, muchos

Volvemos ahora a la pregunta del inicio: ¿por qué existe el mito del autista retraído, si en realidad hay muchos autistas extremadamente sociables? En gran parte, esto se debe a estas particularidades en la forma de comunicarnos, que dificultan nuestro objetivo: crear vínculos fuertes y duraderos con los demás, como desea cualquier otro neurotípico. Tanto el autista solitario como el autista sociable se encuentran casi siempre, a lo largo de su vida, con risas y burlas por parte de compañeros, con negligencias por parte de profesionales (profesores, médicos o psicólogos que nos tratan con condescendencia o escepticismo, especialmente a las personas percibidas como mujeres durante el proceso de socialización), con descalificativos constantes hacia nosotros (muchas veces somos demasiado “torpes”, o nos centramos demasiado en nuestros temas de interés, o somos excesivamente rígidos en nuestras rutinas, siempre desde el punto de vista neurotípico), o con luz de gas (dejar de hablarnos, aislarnos conscientemente de los grupos) y bullying o mobbing en el trabajo por nuestras diferencias.

¿Cuál es el verdadero problema, entonces? El trato que recibimos por parte de la sociedad. Incluso sería comprensible que el autista más sociable del mundo renunciara voluntariamente a relacionarse con los demás si en él convergieran varias de las situaciones comentadas anteriormente. Tal y como puede inferirse de esto, el autista puede ser extremadamente sociable e intentar insistentemente tejer vínculos con un grupo de amigos, pero los constantes desprecios y/o fracasos en este objetivo pueden llevarle a la frustración y a un sentimiento de inutilidad que dificultará, aún más, su proceso de encajar en el mundo.

Pero el autista sociable sigue ahí, el deseo de socializar forma parte de su identidad, simplemente necesita un poco de ayuda; los neurotípicos también tienen que tejer puentes, acercar su mano a la nuestra, preguntarnos si este bar que hemos escogido para pasar la tarde es demasiado ruidoso para nosotros, tratarnos con amabilidad cuando expresamos cosas que nos avergüenzan, respetar nuestras rutinas, explicarnos explícitamente bromas o juegos de palabras que no entendemos por nuestra literalidad, dejarnos espacio para hablar sin interrupciones, comprender que no necesitamos contacto visual (a veces incluso es violento para nosotros) para escuchar atentamente, y, en definitiva, preguntarnos qué necesitamos para sentirnos a gusto. Este es el trato que deberíamos recibir en todas las parcelas de nuestra vida para poder potenciar ese lado sociable que muchos de nosotros llevamos dentro.

Escrito por Montse Bizarro.