Clara trabajó durante tres meses en un Call Center de Vigo como teleoperadora. Sabía que no era un trabajo para ella, pero necesitaba el dinero para pagar el alquiler. Además, no entendía por qué le incomodaban muchas situaciones que los demás sorteaban sin problemas; tartamudeaba si percibía que el tono de su interlocutor era hostil, cogía décimas de fiebre si el día era demasiado agotador, se encerraba en el baño a llorar en las pausas si alguien la insultaba. Le horrorizaba improvisar, sufría para cerrar las ventas. Finalmente, la echaron del trabajo porque no superó el período de prueba, y Clara sintió un alivio culpable que no compartió con nadie.
Tras esa experiencia laboral nefasta, Clara se encerró en su pequeño piso compartido durante tres semanas. Juan, uno de sus compañeros, intentaba animarla comprándole cómics de Naruto o Yatekomos, sus fideos instantáneos favoritos, pero Clara permanecía impasible a todos sus esfuerzos. Finalmente consiguió llevarla al Jukebox Vigo, uno de los bares más populares de la ciudad, para celebrar el cumpleaños de un amigo en común. Juan le prometió a Clara que el sitio era “una especie de cafetería”, y ella se imaginó algo tranquilo, austero, poco concurrido. Sin embargo, se encontró con un espacio completamente distinto: reggaeton a todo volumen, brazos peludos rozando camisetas sudadas, olor corporal mezclado con perfume barato. Tuvo la sensación inmediata de estar en un túnel del terror.
Clara sintió pánico por la falta de anticipación, por la ruptura de las expectativas, por tener un concepto diametralmente opuesto al de Juan respecto a lo que significaba “pasar una tarde agradable”. Además, una vez dentro del local, se sobreestimuló por el ruido excesivo de la música, por las conversaciones simultáneas y por un aroma especialmente intenso a cítricos, y tuvo que salir a la calle tapándose los oídos. Juan la persiguió, y ella le confesó que no se sentía capaz de volver a entrar. “No te preocupes, le pediré al camarero que saque una mesa afuera”. Clara agradeció el gesto de Juan, aunque, en realidad, solo pensaba en huir de aquel lugar de la manera más rápida posible.
El resto del grupo accedió a seguir la fiesta en el exterior, pero Clara percibió que no estaban contentos con la decisión; se daban pequeños codazos entre ellos y la señalaban, la observaban de reojo mientras intentaban disimular la risa, algunos incluso la miraban con desprecio, con el labio superior arrugado hacia arriba. Ella se sentía muy incómoda, pero tenía las piernas paralizadas y no se atrevía a moverse del asiento para no hacer aún más el ridículo. Tras varios minutos de angustia, consiguió articular con un hilillo de voz: “No me encuentro bien, me voy a casa”, se levantó bruscamente, tiró sin querer una copa medio llena de la mesa, se tropezó con la silla. Todos se rieron. Juan también se río. Y Clara pensó que se sentiría decepcionada si la vergüenza no estuviera invadiendo todo lo que sentía.
Ya en el bus, de vuelta a casa, Clara estuvo llorando durante más de una hora. Lágrimas enormes con restos de rímel le calentaban las mejillas y le llegaban hasta el cuello. En ese momento se dio cuenta de que estaba cayendo en un pozo muy negro, y la palabra “depresión” empezó a concretarse frente a sus ojos borrosos. Se asustó mucho. También tuvo la intuición de que nada volvería a ser lo mismo con Juan, y que nunca la perdonaría por ser como era.
Antes de dormirse, Clara repasó un vídeo de una activista autista en redes, y pensó que quizá esa era la respuesta a muchas de sus preguntas. El lunes siguiente llamó a una asociación para evaluar un posible diagnóstico de autismo. Le confirmaron sus sospechas un mes después, tras varios cuestionarios y tests psicológicos, entrevistas a familiares cercanos y otras pruebas. Cuando obtuvo el diagnóstico, Clara empezó a trabajar en el proyecto de Specialisterne en Casa Batlló, concretamente como una de las responsables de la tienda. Tuvo la sensación de que por fin podía expresar cómo se sentía, qué apoyos necesitaba, en qué tareas sobresalía y en cuáles podía pedir alguna adaptación. Ya no tendría que volver a pasar por una experiencia como la del Call Center.