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Los Especialistas: “Pensaba que no me gustaba la educación física”

Oct 13, 2023

Raquel trabaja como fisioterapeuta en un instituto de Manresa. En el gimnasio, observa al niño que tiene que acompañar; se llama Pau, es pelirrojo y, siempre que puede, se esconde en el almacén del material. “Tiene miedo de ocupar espacio”, piensa Raquel. A los niños como él no les gusta llamar la atención. Pau tiene dificultades motoras desde que nació, y necesita acompañamiento para realizar algunas actividades físicas.

 

Hoy toca saltar al potro. La maestra aparta a Pau de la fila de niños y niñas, ansiosos e ilusionados ante la idea de probar ese artefacto que suele estar reservado a los mayores de secundaria, y le hace un gesto a Raquel con la cabeza: “Ocúpate del pelirrojo. Invéntate algún ejercicio”. A Pau siempre le recuerdan que él es “el pelirrojo”, y que no tiene derecho a estar en la fila de niños; Pau siempre es “el pelirrojo”, “el que cojea”, “el de la pierna rara”, y nunca forma parte de los “felicidades por el esfuerzo”, “lo habéis hecho muy bien”, “sois un gran equipo”.

 

Pau empieza a hacer pucheros, pero se muerde los labios con los incisivos para controlar el temblor y se seca las lágrimas con el pulgar y el índice. No quiere destacar aún más montando un espectáculo. Raquel se da cuenta enseguida del estado emocional de Pau; su hiperempatía le permite conectar de inmediato con los sentimientos de los demás y buscar estrategias para ayudarlos.

 

Intenta aproximarse a él: “No te preocupes, ¿sabías que los que saben saltar al potro no suelen ser muy listos? Parece que el cerebro se va hacia las piernas y la cabeza se queda completamente vacía. Si te acercas, incluso se escuchan las olas del mar, como si estuvieras asomándote a una caracola”. Pau sabe que es una broma, pero no puede evitar reírse. Raquel ha conseguido lo que pretendía: romper las barreras de Pau, destensar el ambiente, ganarse su confianza a través de un pequeño gesto de complicidad.

 

A partir de ese momento, los ejercicios salen prácticamente solos. Pau estira las piernas en el suelo y Raquel le empuja suavemente la espalda para fortalecer los gemelos; practican sentadillas con una pelota de fitball sosteniendo la espalda de Pau, con el objetivo de mejorar la resistencia; Raquel se encoge en el suelo en posición fetal para que Pau pueda pasarle por encima como si saltara al potro. Ambos se llevan genial. Pau incluso llega a decirle: “Pensaba que no me gustaba la educación física. Gracias a ti, he descubierto que sí”.

 

(…)

 

– Raquel, es una historia preciosa. ¿Por qué me dijiste que era muy dura?

 

Estamos en la cocina de Casa Batlló, en el cambio de turno. A Raquel ya hace meses que se le acabó el contrato de fisioterapeuta en el instituto de Manresa porque estaba cubriendo una baja de maternidad. Ahora trabaja en el proyecto de inclusión de Specialisterne en Casa Batlló. Raquel reflexiona unos minutos antes de responderme; calienta una taza con agua en el microondas, abre una bolsita de té, se sienta a remover el azúcar con una cuchara. Parece pensativa. O melancólica. O quizá incluso decepcionada.

 

– Me gustó mucho trabajar en ese instituto. Antes de irme, todos me felicitaron: los profesores, los niños, Pau, la directora. Yo salí con la sensación de haber hecho las cosas bien, de haberme esforzado al máximo. Pero meses después recibí una notificación del Departamento de Educación; tenía que ir a los Servicios Territoriales de Cataluña Central a recoger un informe firmado por el instituto. Fui a recogerlo, y, cuando lo leí… Ese informe me destrozó, Montse. La leo a veces antes de irme a dormir y sigo sin creérmelo. Algunas de las frases eran: “poca o nula interacción con el niño con el que tenía que trabajar”, “su presencia era más una dificultad que una ayuda”, “la conversación con ella parecía incoherente”, “muy poca o ninguna adaptabilidad al contexto organizativo del centro”, “preferíamos no tener a nadie”, “casi no se comunicaba verbalmente”. Tú sabes que esto último no es verdad, yo hablo por los codos. Pero supongo que les incomodaba por algún motivo. El caso es que nadie me dijo nada mientras trabajaba allí; todo eran elogios, comentarios positivos, gestos y caras agradables. Si me hubieran dicho todo eso en su momento habría intentado mejorar, pero que me dejen una nota de esa manera, sin posibilidad alguna de explicarme o defenderme… me parece tremendamente injusto. Además, me la entregaron casi sin margen para poder recurrir, y se me pasó el plazo para poder iniciar alguna acción. Por culpa de esta valoración negativa me expulsaron de las listas de interinos, y ahora ya no puedo presentarme a oposiciones ni nada. Por favor, Montse, cuenta esta historia. Quiero que la gente sepa que el mobbing está muy extendido, sobre todo si eres mujer y tienes autismo. En los colegios no quieren que seas autista para tratar discapacidades motoras. Conozco a una mujer con autismo que también sufrió mobbing en una escuela de educación especial. El acoso está por todas partes.